DOSSIER SAN JUAN

Soñaba con ser un gran cocinero y un accidente con 20 litros de aceite hirviendo le cambió la vida

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Por Bernardo Sánchez Bataller

La historia de Lucas Molina es conmovedora y también sirve como ejemplo de superación frente a la adversidad. En el marco del Día del Trabajador Gastronómico y Hotelero, Dossier dialogó con este joven sanjuanino.

Así como ocurre en el teatro, el público en general no es consciente de lo que ocurre detrás del telón de un local gastronómico. En muchas ocasiones, las condiciones de trabajo no están aseguradas para proteger a los cocineros, ni tampoco obtienen una retribución económica acorde a su labor. Son los encargados de que los comensales disfruten un buen plato y en la mayoría de los casos no conocemos sus rostros. Desde el anonimato, trabajan sin parar durante las jornadas nocturnas para hacer que el restaurant pueda recibir a la mayor cantidad de gente posible. Por supuesto que la pandemia cambió muchas reglas, pero no modificó la situación de estos trabajadores.

El 2 de agosto se celebró el Día del Trabajador Gastronómico y Hotelero. En este marco, Dossier San Juan dialogó con un joven al cual le cambió la vida de un instante al otro. Lucas Molina tuvo una pulseada con la muerte, y gracias a Dios la pudo ganar.

Él empezó a estudiar gastronomía luego de haber cursado algunas materias de contabilidad. Siempre lo sedujo la cocina y aprendió bastante al lado de su mamá, pero de manera casera. Fue por eso que decidió averiguar en el Instituto Gastronómico de las Américas (IGA) y encontró un curso intensivo que se adaptaba muy bien a sus horarios.

“En una hora hacías cinco platos. El ritmo de cocina tiene una adrenalina linda”, comentó Luquitas. En las primeras clases que tuvo sintió que la cocina era su verdadera vocación. Le empezó a gustar mucho todo lo que hacía en cada jornada educativa y eso le permitió comenzar a proyectar algunas ideas en este rubro.

Su primer trabajo llegó de una forma completamente inesperada. Un día fue a comprar cigarrillos y en el kiosco se encontró con un experimentado cocinero que estaba por abrir un restaurant nuevo. Lucas le comentó que él estaba estudiando y su perfil calzó justo, porque buscaban gente para formar. Así fue como se sumó al staff de “Albero”, local gastronómico que estaba ubicado hasta hace un tiempo en Av. Libertador y Roger Balet. La experiencia que tuvo fue buena, ya que aprendió muchas cosas.

Cuando dejó de trabajar en ese restaurant, emprendió un proyecto personal de mesas dulces para casamientos y cumpleaños de quince. La pastelería le gusta bastante, pero es una disciplina gastronómica muy exacta.

Su siguiente trabajo fue en El palacio de la milanesa. Ahí trabajó con Javier Luján, que tiene más de 27 años de trayectoria. En los ratos libres le enseñaba técnicas, algo que Lucas destaca, ya que son herramientas que se aprenden con la práctica.

En la época pre pandemia, la cocina de El palacio de la milanesa sacaba entre 70 a 75 platos en una hora. “El trabajo en equipo y la comunicación es clave dentro de la cocina. Hay muchos detalles y hay que estar atento”, explicó Luquitas.

Por esas cosas extrañas e inexplicables que tiene la vida, un día que le tocaba descanso a Lucas ocurrió lo peor. Un compañero le preguntó si lo podía reemplazar y él sin problemas accedió. Al final de la noche, cuando estaban limpiando la cocina, Lucas tuvo un accidente que le cambió la vida.

Era casi la 1 de la mañana, y Lucas Molina se encontraba aseando cerca de una freidora que recién apagaban, pero tenía aceite que estaba hirviendo desde las 19:30 horas de ese día. Esta máquina debería estar amurada a la pared, pero no lo estaba, y encima tenía una base con ruedas. Ambos factores hacían que los cocineros tuvieran que manejarse con mucho cuidado para no voltear los 80 litros de aceite que ésta contiene habitualmente.

Lucas estaba limpiando debajo de la freidora y sintió que una de las patas se corrió. Cuando levantó su vista, observó una imagen difícil de borrar: la máquina se le venía encima. Al querer escapar, se resbaló porque el piso estaba enjabonado, se cortó los ligamentos de la rodilla y quedó tirado en el piso. Uno de sus compañeros logró sacarlo de ahí muy rápido, pero igual Lucas recibió 20 litros de aceite sobre su cuerpo.

En ese momento, sintió que se moría. Se le quemó el pecho, la panza, todo el brazo izquierdo, las dos piernas y un poco de las orejas.

“Empecé a estudiar y tenía toda la ilusión de estar un tiempo largo en el rubro. Nunca imaginé que a los 20 años me podía ocurrir algo así. El accidente me dejó en estado de shock”, manifestó Lucas Molina.

Cuando le pidió ayuda a los dueños del local gastronómico, se excusaron en que debían hacer el cierre de caja y no podían acompañarlo. Ante esta situación insólita, Luquitas se estaba por ir en su auto, pero contó con el apoyo de dos compañeros. Lo llevaron al Hospital Marcial Quiroga y quedó internado en la guardia de quemados. El primer diagnóstico fue que debía permanecer allí por tres meses y tenía riesgo de muerte. Cuando se levantó, estaba vendado desde la cabeza hasta los pies.

“El apoyo de mi familia y amigos fue incondicional. Ellos me dieron la fuerza para salir. Es una experiencia que me sirvió para valorar todo un poco más y cambiar hábitos. La vida nocturna no es fácil de llevar. Siempre trato de rescatar lo positivo y no pensar en por qué me pasó a mí”, comentó Lucas.

En la actualidad, el sanjuanino se encuentra bien de salud, con un trabajo vinculado al comercio electrónico y muy motivado con la posibilidad de emprender algún proyecto gastronómico personal.